Dora de Lira: una vida administrando el cine venezolano

Dora de Lira, administradora del cine venezolano, fue una de las invitadas del Programa Descubriendo Nuestros Protagonistas del Cine Venezolano que organiza el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) para dar a conocer las historias y anécdotas de los hacedores del cine nacional.

Dora de Lira

Dora de Lira no olvida su primera experiencia en el cine venezolano cuando no existía el catering o servicio de comida, y lo que cenaban todos los técnicos era un plátano horneado que vendían en Bello Monte.

La película era «Sin fin» de Clemente de la Cerda, una experiencia en blanco y negro que se filmaba por pedazos después que terminaba el horario de trabajo en la compañía Neo Films, unidad productora que realizaba documentales y comerciales para televisión. A partir de las 5 de la tarde, se dedicaban a hacer cine.

El cineasta Clemente de la Cerda era uno de los integrantes de Neo Films, a quien Dora siempre veía con un guion debajo del brazo, «antes de yo conocerlo ya había hecho «El rostro oculto», pero siempre tenía la inquietud de hacer un largometraje».

El director adaptó el guion a las condiciones que tenía en ese momento: filmaba poco a poco con los restos de material fílmico que sobraba de la compañía, utilizaba el sótano del edificio Shell y la casa de la reina de belleza Susana Duijm como locaciones.

«Creo que no se terminó la película, de hecho no hay archivos. Hay fragmentos en la Cinemateca Nacional (…) Nadie cayó ahí por carambola ni nada, sino porque nos gustó, nos atrajo, nos apasionó ese oficio».

Fue en esa producción que Dora conoció a su esposo Fernando Lira quien tenía experiencia en el cine venezolano como asistente de dirección y director técnico, un encuentro que llevaría su pasión por el cine mucho más allá; pero primero emigraron a Madrid, en España, donde Fernando siguió el rumbo del cine y Dora trabajó en una empresa como administradora.

Aprovechó el viaje a Europa para especializarse en administración y producción cinematográfica en la Universidad de Moncloa, «ahí pudimos hacer una mediana vida, muy austera en ese tiempo porque éramos extranjeros y porque yo salí embarazada y cuando salgo embarazada no pude trabajar más».

A su regreso a Venezuela, Dora de Lira empieza a trabajar en Alter Producciones Cinematográficas como coordinadora de producción en unitarios para televisión, es de esta manera que llega a sus primeros largometrajes con Clemente de la Cerda en el «El reincidente», para luego continuar con «Adiós Alicia» del director Santiago San Miguel.

«La protagonista de «Adiós Alicia» era una niña que tenía que llorar y no lloraba, y no lograban convencerla de que lo hiciera porque ella no era actriz. Y vino Santiago (San Miguel) y le ha dado un pellizco a la niña, y ella gritó y lloró y ahí fue cuando él gritó ‘acción'».

Su rol como administradora en películas venezolanas no requería que estuviera en el set de rodaje, pero la inquietud de Dora y las ganas de conocer más la impulsaban a involucrarse en todos los procesos más allá de la administración.

Dora de Lira

Calculando las horas

Como administradora entraba al proyecto una o dos semanas antes para familiarizarse con todos los procesos, con el trabajo del productor ejecutivo, productores de campos, con los escenógrafos, «el responsable de cada área nos entregaba a nosotros sus requerimientos desde el punto de vista económico y nosotros tomábamos en cuenta ese requerimiento y se lo pasábamos, en ese caso a la productora ejecutiva, ella aprobaba, ella recortaba y decía ‘no te lo puedo dar todo de una vez’, eso es en la preproducción».

En los tiempos de Dora, cuando participó en obras cinematográficas como «La casa del paraíso» de Santiago San Miguel, «Compañero de viaje» de Clemente de la Cerda y «La matanza de Santa Bárbara» del director Luis Correa, Dora de Lira realizaba su trabajo de administradora en unas inmensas láminas de papel milimetrado de 24 columnas.

En ese papel, el equipo de administración donde estaba Dora anotaba los montos de pago fraccionados por semana de rodaje, el sueldo de los actores, la locación y todos los elementos que había que costear en una película.

Los días viernes, Dora pagaba a todos los técnicos la semana de trabajo, y ese mismo día entregaban el reporte de las horas extras, «esas horas teníamos que calcularlas entre el viernes en la noche y el sábado porque se pagaban el martes».

Pero el problema llegaba cuando los cálculos de las horas especiales no eran exactos, lo que atrasaba un día más al momento de cancelar, «ahí sí se ponía la gente histérica (…) Empezar uno a decirle a los muchachos que van a cobrar. Empezaba la gente con el mal pensamiento, que siempre nos van a echar una vaina, que vamos a dejar de pagar algo (…)»

El único inconveniente que se presentó en un rodaje en el que participó Dora fue en Canaima, cuando tuvo que pagar a más de 400 extras indígenas, «como todos eran igualitos, se nos coleaban y nos decían que no le habíamos pagado y sí lo habíamos hecho, nos engañaban».

Aunque a Dora siempre le cuadraban las cuentas porque se dedicaba las 24 horas al día a administrar las producciones cinematográficas. Tuvo la oportunidad de participar en películas como «La boda» de Thaelman Urgelles, «La máxima felicidad» de Mauricio Walerstein y «El iluminado» de Jesús Enrique Guédez.

Dora era exigente a la hora de concentrarse en su trabajo, comprometida en especial con el pago puntual de todos los técnicos en una película, «si dieran premio para calcular las horas extras yo tuviera el premio número 1 y nunca hubo problema por algún pago de horas extras mochas».

Su papel como administradora continúa con «Operación chocolate» de José Alcalde, «Macho y hembra» y «De mujer a mujer» de Mauricio Walerstein, y «Ana, pasión de dos mundos» de Santiago San Miguel.

Dora de Lira

Hablan los compañeros

En la Clase Magistral que protagonizó la administradora Dora de Lira, sus antiguos compañeros de cine y aún amigos recordaron momentos que vivieron a su lado, la productora Hilda de Luca dejó un mensaje para Dora en el que la describía como una mujer extraordinaria, «tú eres para mí esas personas que fueron clave en mi carrera profesional, aprendí mucho contigo».

El sonidista Josué Saavedra recordó que en sus inicios en el cine venezolano era complicado, «el hecho de la disciplina, yo lo comparo con el cuartel. Yo nunca fui al servicio militar pero más o menos esa era la disciplina. A todos los que eran nuevos los maltrataban y los trataban con rudeza, si aguantabas esa rudeza podías trabajar en cine».

El foquista y director de fotografía, Frank Toledo, coincidió con Saavedra sobre el cine que se filmaba antes y ofreció un consejo a las nuevas generaciones.

«Está lo que nosotros llamamos «metidos en la jugada». El buen asistente es aquel que no hay que llamarlo, que no hay que decirle cuál es el lente que viene porque está escuchando todo lo que dice el director».

Alizar Dahdah, vicepresidenta del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía, aseguró que las clases magistrales son un motivo para sentirse orgullosos por los 120 años del cine venezolano, «y justamente por eso queremos que cada uno de los protagonistas, cada uno de los hacedores de cine hable y diga cómo es su experiencia en cine, para que descubramos que sí, que es muy buena, que está llena de mucha pasión, de mucho amor, de mucha magia, de mucho esfuerzo, sacrificio, entrega».

Dora de Lira agradeció al CNAC, y a su vicepresidenta, la oportunidad de contar su historia en el medio cinematográfico venezolano, «yo estoy de verdad entusiasmada viéndote, oyéndote hablar, tú no eres una mujer del medio pero tú has sabido captar nuestras inquietudes (…) Yo creo, para mí, que ella lo ha captado en la medida precisa, en que ella nos escucha, en que ella nos está complaciendo, ella está valorándonos a nosotros ¿quién lo había hecho antes? Nadie. Nosotros mismos».

Dora de Lira se convirtió en la décimo novena Protagonista del Cine Venezolano con su Clase Magistral, organizada por el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía, a propósito de la celebración de los 120 años de nuestro cine.

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Texto y fotografías: Mawarí Basanta