La irreverencia de Margot Benacerraf

Hablar de Margot Benacerraf es contar una historia de los orígenes y el crecimiento del cine venezolano, es una pionera en el país, quien más allá de sus grandes obras “Reverón” (1952) y “Araya” (1959), ha luchado por mostrar el camino a otros sobre lo que es el arte cinematográfico.
La cineasta abre las puertas de su oficina para hablar de su vida y su acto de irreverencia y rebeldía.

Margot Benacerraf

Un metro cincuenta y cuatro centímetros.

Esa es la estatura exacta de Margot Benacerraf.

Pasadas las 3:00 de la tarde, entra en su oficina en Caracas y se detiene un momento en el marco de la puerta para saludar.

Está parada al lado de un cuadro colgado en la sala de recepción, una imagen que la reproduce a mayor tamaño, en blanco y negro, su ojo derecho pegado al visor de una cámara, su mano izquierda apoyada en el trípode, un fondo agreste desenfocado a su espalda.

Margot Benacerraf se multiplica en presencia ante los ojos de cualquiera, es más grande que su metro cincuenta y cuatro de estatura, porque imprime la seguridad de una mujer que sabe lo que quiere.

Al ver la cámara, pregunta.

“¿Dónde me siento?”

“¿Hasta dónde llega el encuadre?”

“¿Se escucha bien?”

El imponente Ávila asoma y traspasa las grandes ventanas de su oficina, de la Fundación Audiovisual Margot Benacerraf, mientras ella escruta con la mirada en busca de otros ángulos.

“Pensé que íbamos a grabar de ese lado, siempre graban ahí”.

Señala un rincón donde están colgados los máximos reconocimientos que ha recibido: está el diploma Grand Prix Tecnique du Festival International Du Film Cannes 1959, el diploma de participación en el Biennale Di Venezia también del 59, un diploma de The Seventh Internacional Edinburgh Film Festival por “Reverón” fechado en 1953.

Placas de la Asociación Venezolana de Artistas de la Escena de 1977, de la Asamblea Legislativa de Aragua recibido en 1996, un Premio Cóndor por “Araya” de 1977.

Su amor por el arte plástico también tiene su protagonismo: un Kandinsky por un lado, un cuadro de Hans Hoffmann, otro de Quintana Castillo.

Eso solo en las paredes.

Milvia Villamizar, su ayudante y amiga de la Fundación está presente en cada detalle, sin sentirse, sabe y predice todos los movimientos de la cineasta.

Coloca un vaso de agua en el escritorio que Margot no tocará en toda la entrevista, pero ella le comenta a Milvia.

“¡Ay! Yo creo que no me vas a tener mucho tiempo”.

“¡No diga eso señora Margot!”.

La noche anterior no se había sentido muy bien y en los últimos años, ha tenido que esforzarse para superar las barreras que ha colocado el destino: problemas de tensión, diabetes, tres operaciones, dos infartos y el año pasado, le colocaron una prótesis.

Además, Margot Benacerraf cumplió 90 años hace unos días atrás.

Ese 14 de agosto las llamadas no paraban, las felicitaciones llegaban una detrás de otras desde las ocho de la mañana.

Margot colgaba y al instante un amigo, un conocido, un admirador, alguien que escuchó la noticia en la televisión, o leyó sobre ella en las redes sociales buscó su número para rendirle homenaje.

La cineasta miraba desde afuera estos testimonios de cariño, como si otra persona fuera la protagonista de la historia porque ella no se siente de 90 años.

“Era muy raro, yo sentía que me estaban festejando pero no tenía nada que ver conmigo, porque yo por dentro no tengo 90 años, yo por dentro tengo 15 años o 20 años, o 25 años, pero 90 no tengo…es una sensación rarísima”.

Y si su cuerpo no responde como Margot quisiera, su memoria es lo opuesto.

Recuerda todas las anécdotas, fechas y luchas que ha sostenido desde el momento en que el azar la llevó poco a poco hasta el cine.

Margot Benacerraf

Casualidad y destino

¿Cine?

¿Qué es esa cosa rarísima?

Un hombre debe escoger una verdadera profesión como ser médico o abogado, las mujeres deben quedarse en casa atendiendo a su familia.

Pero…¿cine?

¿Qué es esa locura llamada cine?

Eso pensaban los padres de Margot Benacerraf cuando decidió tomar el rumbo de la cinematografía en Nueva York, Estados Unidos.

En los años 40, Venezuela era una provincia con una fuerte herencia española en donde las mujeres tenían un rol muy marcado, estudiar no estaba entre los proyectos que les tenía asignado la sociedad.

Pero Margot Benacerraf era una irreverente.

Después de terminar la primaria se inscribió en bachillerato para molestia de sus padres.

“Era una pelea dura con ellos sobre todo los fines de año, cuando tenía que pasar entre un año y otro. ¡Una oposición a que estudiara muy fuerte! Pero yo tenía una necesidad, era difícil porque quería a mis padres y ellos eran una maravilla, pero yo sentía que tenía que seguir adelante”.

Se inscribió en la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Venezuela y se graduó en la primera promoción en 1947, con su vena artística latiendo por las tablas, por el teatro.

Y es en ese momento, cuando el azar empieza a mover los hilos de su destino, para Margot Benacerraf eran “casualidades”.

Escribió una obra de teatro en la universidad, y a escondidas, sus profesores la inscriben en un concurso y de esta forma, gana una beca para estudiar teatro en la Universidad de Columbia en Estados Unidos.

“Era la primera vez que yo salía del país, no hablaba inglés y estaba sola en la universidad, no te creas que fue fácil”.

Era la época del macartismo. En toda la década de los años 50, Hollywood vivió una convulsión social cuando cineastas reconocidos eran perseguidos bajo el estigma de ser comunistas, muchos de ellos llegaron hasta la escuela que dirigía el alemán Erwin Piscator.

Alejada todavía del cine, Margot Benacerraf habló con Piscator de sus necesidades, ella lo único que quería era escribir para teatro, él le ofreció un consejo: “si tú quieres escribir teatro, tienes que empezar por ser actriz, porque conociendo los resortes de un actor es que puedes escribir mejor teatro”.

Magot Benacerraf se oponía.

“Tenía razón, pero yo estaba horrorizada, yo no hablaba inglés, no quiero ser actriz pero me tuve que plegar a la disciplina”.

Lo que sigue es una anécdota que la cineasta ha contado miles de veces, pero que habla por sí misma de esas casualidades que la convirtieron en lo que es ahora.

En el mismo edificio se daban dos carreras, en el primer piso teatro, cine en el segundo piso.

Un día llegó un estudiante de cine y la señaló porque necesitaba una actriz para su película “Siete maneras distintas de morir”.

El papel era muy sencillo, Margot tenía que abrir una puerta y cuando entraba en la habitación la mataban, “hasta el día de hoy no sé por qué me escogió a mí, porque yo era morena y un tipo muy español”.

Margot se fastidiaba por las constantes tomas, pero después le quedó la curiosidad de eso tan misterioso que se hacía en el piso de arriba y en las noches podía deleitarse con películas europeas que mostraban una realidad de la época.

El momento fue una especie de revelación, “¡todo esto se puede hacer con el cine!”

Esa cosa rarísima llamada cine se le metió en las venas.

Margot Benacerraf

Dos pintores, un sueño

Margot Benacerraf llega a París en 1950, su meta era estudiar dirección cinematográfica en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos de París (IDHEC), y al término del primer semestre de la carrera, le llega la oportunidad de grabar al pintor Armando Reverón.

En 1951, Reverón era conocido como “ese loquito de Macuto”, una atracción de los domingos para los visitantes que llegaban en filas a tomarse fotos con él, Margot debía tener un contacto más cercano porque el personaje era todo un desafío.

“En ese momento ir a trabajar con Reverón era una aventura, porque él verdaderamente tenía ataques de esquizofrenia”.

La cineasta llegó en el momento más complicado para el artista plástico, Reverón llevaba sin pintar tres años, y Margot quería filmar la culminación de su autoretrato, “había días en que me decía que esta mano le decía a la otra que no debían trabajar. Cosas que no podías discutir, así que con mucha paciencia y amor yo hice esa película”.

Como no tenía seguridad de cuándo grabar, Margot Benacerraf agarró un chinchorro y se instaló en el taller de Reverón, “como había días enteros en que él no quería filmar, había días en que teníamos que aprovechar cualquier hora, así que me mudé”.

La cineasta se llevó el mediometraje hasta París, Francia para la postproducción y fue en ese país su estreno, lo que no se hubiese imaginado es que otro pintor, el español Pablo Picasso se interesaría por la película y por la cineasta.

“A Picasso le gustó y me dijo ‘vamos a hacer una película pero no una cosa que sea intelectual’”.

De los tres días que tenía pensando estar con Picasso se convirtieron en tres meses.

“Empecé a grabar con él pero en otro sentido, era como estar con Picasso y anotar en el día a día lo que pasaba, hacer como un diario (…) Mi papel consistía en registrar, armar el encuentro, el acto de creación de Picasso, yo no intervenía, estaba filmando lo que ese genio hacía día por día, así que fue otro concepto. Yo no dirigía a Picasso, a Reverón lo dirigía escena por escena”.

El material se quedó con el artista español y nunca más apareció.

A Margot Benacerraf le esperaba un éxito sin precedentes, en un lugar lugar remoto llamado Araya.

Margot Benacerraf

La sal de Araya

“En “Araya” éramos dos personas, el camarógrafo y yo. Nadie nos quiere creer hasta el día de hoy”.

Margot Benacerraf visitó varias veces la península de Araya en el estado Sucre con el fin de armar la historia que tenía en mente.

Era también una forma de acercarse a la gente, de llegar a ser conocida entre la comunidad, después ella y el camarógrafo Giuseppe Nisoli empezaron la grabación metidos todo el día en una camioneta recorriendo los pueblos.

Margot daba directrices a las personas seleccionadas, formaba nuevas familias como la abuela y la niña, o ponía de pareja a un hombre y una mujer que eran enemigos.

“Nunca había llegado nadie a hacer una película. Entonces les parecía raro una mujer que estaba todo el día con un camarógrafo, grabando, filmando el mar, no entendían pero colaboraban.

Creo que ellos no entendieron nunca, no le daban importancia, ellos creían que era como tomar fotos”.

Una vez más, Margot Benacerraf se llevó la película a París para su postproducción y también fue allí donde se estrenó y ganó el Premio de la Crítica Internacional (FIPRESCI) y el Premio de la Comisión Técnica Superior del Cine Francés en el XII Festival de Cannes en el año 1959.

A pesar de esos premios tan importantes para el país, Margot tuvo que esperar 18 años para estrenar “Araya” en Venezuela, los distribuidores no sabían cómo vender una película de ese estilo.

“Tenían miedo, decían que era una película muy especial, muy difícil y que el público no la iba a seguir”.

Casi dos décadas después de su estreno en París, “Araya” se estrenó en las salas de cine comerciales en el país con un éxito en taquilla, estuvo tres meses en cartelera y de la noche a la mañana, la población de Araya se puso de moda.

“Me acuerdo que salía hasta en la publicidad de cigarrillo, llevaban a las modelos a las playas de Araya, hubo como un entusiasmo, era cantidades de gente que empezó a llegar a Araya”.

“Araya” quedó inscrita en la historia de la cinematografía mundial, y muchos la llamaron uno de los mejores documentales.

Margot Benacerraf es enfática en esto.

“No es un documental por muchas razones. Primero porque yo intervine, muchas de las familias que están ahí están compuestas (…) Es una película sobre una gente que vivían una realidad pero con una visión poética. Yo digo que me moriré discutiendo de que no es un documental, y siempre que dicen el documental “Araya”…verdaderamente ya no sé qué hacer”.

Los aplausos se apagaron y Margot tenía que buscar nuevos rumbos.

Margot Benacerraf

Una fundación a la medida

Margot Benacerraf se considera una perfeccionista.

Después de los aplausos logrados por el largometraje “Araya”, la intensidad del trabajo y la entrega la llevó a padecer dos años de inactividad debido a una enfermedad, secuelas del esfuerzo sobrehumano de su producción.

Después de ese tiempo quería adentrarse en proyectos ambiciosos pero llegó a la conclusión que no podía hacerlo sola, “a pesar del éxito, a pesar de los premios, no te creas que conseguí fácilmente coproducción. Estábamos horriblemente en Venezuela, aquí no había un CNAC, aquí no había nadie que te apoyara, no había un ente que te empujara”.

Ya había grabado “Reverón” y “Araya” acompañada solamente de un camarógrafo, por eso buscaba fórmulas para seguir produciendo películas más grandes.

En ese plazo explorar opciones en otros países, de estudiar guiones, Mariano Picón Salas y Miguel Otero Silva la llaman para formar parte del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA) y poder realizar su sueño de fundar un espacio donde los venezolanos pudieran disfrutar del cine.

“Venezuela era el desierto, aquí no había nada”.

En 1966 después de muchos años de luchas, Margot Benacerraf saca adelante la Cinemateca Nacional y para ella fue como “si hubiese hecho una película”.

“La Cinemateca tuvo una época importantísima y casi todos los cineastas te pueden decir lo importante que fue para ellos, para formarlos”.

Después de siete años de vivir en París, Margot regresa definitivamente a Venezuela porque lo suyo era seguir promocionando el cine venezolano.

En 1991, el novelista Gabriel García Márquez le propuso a Margot la creación de Fundavisual Latina con el fin de dedicarse al fomento, difusión y defensa del cine y la televisión latinoamericanos

Pero el ímpetu no se queda hasta allí, porque en el 2012 nace la Fundación Audiovisual Margot Benacerraf con el propósito de ayudar, estimular y promover el cine en todas sus actitudes en especial el cine nacional y el latinoamericano.

“Mientras más conoces el cine más lo quieres, eso es así, es indudable. Lo que insistía es que el cine tuviera una apertura para incorporar todas las artes en función del cine, porque yo creo que no podemos trabajar en un área sola, el mundo está muy interconectado”.

La fundación da amplitud a todas las artes: la escritura, el teatro, la pintura.

Las otras tres pasiones de Margot.

 

Margot BenacerrafDespués de las tormentas

El vaso de agua continúa encima de la mesa.

Han transcurrido dos horas y Margot Benacerraf no da muestras de cansancio.

En una repisa de su oficina la cineasta conserva estatuillas homenajes de festivales de Barquisimeto y Mérida, una taza que conmemora los 49 años de la Cinemateca Nacional, un reconocimiento del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía que dice, “en nombre de la comunidad del cine venezolano y del CNAC, te expresamos nuestra gratitud perpetua por tanto amor, por tanta pasión y tanta fe en el cine y en tu amada Venezuela. 16 de mayo 2016”.

En esa misma repisa Margot tiene un portarretrato de su madre.

Su padre no pudo disfrutar del éxito que probó en la década de los 50, una casualidad volvió a su destino porque la primera vez que la cineasta ganó un premio, su padre falleció en España y ella estaba acompañándolo.

Era el 16 de noviembre de 1952, y “Reverón” ganaba en el I Festival Internacional de Documentales de Artes que se realizó en la ciudad universitaria.

Su madre la acompañó a Cannes, pero al día de hoy, Margot se queda con una duda.

“Yo creo que en el fondo y siempre lo digo, ellos hubiesen estado mucho más contentos si yo hubiese llevado una vida más normal que todos los premios que hubiese podido ganar, creo que hubiesen estado más felices con otro tipo de vida de mi parte”.

Pero la irreverencia de Margot siempre la llevó por una senda, el destino o la casualidad la llevó a lo que es ahora, una pionera del cine venezolano.

“Quiero ser recordada como una persona que amó apasionadamente el cine y que quiso que otra gente lo amara. No hay un día de mi vida en que yo no se lo haya dedicado al cine”.

Texto: Mawarí Basanta Mota
Fotografía: Ricardo Jiménez, producida por Omar Mesones