PARA ROMÁN CHALBAUD DE EDMUNDO ARAY

 

Después de mucho andar y desandar por los caminos de la dramaturgia, se llamara teatro o cine, literatura bien mal puesta; después de mucho andar por caminos y vericuetos de la creación, se alzó consigo mismo, levanto tienda y se marchó del país para tomar distancia y mirarse, desconocerse y reconocerse. Desde ese lugar, que pudiera haber sido otro, pero desde ese lugar, en medio de la metrópoli mayor, se nos vino con su infancia y sus requiebros de adolecente perturbado por el cine, por la “imagen en pantalla y en movimiento”, tal y como la gozo y asumió en esas de entonces. Que se haya “coleado” es un cine; que perturbarse su cuerpo con ingenuas escenas de amor; que se volteara a mirar las calles de su infancia y las madrugadoras del chisme; que refrescara su imaginación en lupanares de mala muerte o se enfrentara, devoto, ante la imagen del señor crucificado; que alentara su vida con pasquines de amores perseguido; que después regresara al país –no bien visto por las televisoras, pues soliviantó su rentabilidad con la ausencia-, para entregarse a la producción y dirección cinematográfica  con todos los hierros, dígase con la voluntad de hacer cine industrial a todo dar y en medio de necesidades deflactarías en la producción nacional fílmica pero con exigencias de cinematografías de alta inversión, es un acto industrial a todo dar y de exigencias de cinematografía de alta inversión, es un acto de enorme consecuencia consigo mismo y con el desarrollo mismo de nuestra cinematografía.

Los resultados están en imagen de puerta abierta, que es como decir de puerta franca, pues fundamental ha sido su presencia  en nuestras pantallas. Ciertamente, Román Chalbaud asumió un modo de decir que encontró al espectador. Esto significa para la cinematografía venezolana: cuota de pantalla nacional, desmedro del producto fílmico extranjero, incentivación a la producción cinematográfica, acostumbramiento del espectador a nuestras miradas diversas de revelar nuestra existencia social, confianza en nuestro cine, consecuencia crítica y requerimientos mayores.

Vimos y revímos,  leímos y releímos un filme magistral en la cinematografía del continente, acaso con ayudas de las mejores expresiones del cine pero nunca con deudas a las mismas; tal su profundidad dramatúrgica, que es concepción de existencia dialéctica y, seguramente, elíptica; tal su densidad escenográfica; tal la impenitencia de sus actores principales y de reparto; tal su gran barroco de inolvidables  excelencias: se trata de El Pez que Fuma.

Seguramente de Román Chalbaud se dirá que EL PEZ es obra mayor por los aciertos que regocijan a la cinematografía mundial; pero, con igual acierto, se dirá que Román Chalbaud  es una dramaturgia y un calor y color de vida de este país que, por decir lo más, abrió las Puertas de Temis a la cinematografía nacional.

Celebremos su devoción por el cine, su pasión por la imagen y la historia, su vida misma entregada  a la creación, a su país, a su irrevocable condición de ciudadano ejemplar.

Edmundo Aray